San Juan Bautista

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martes, 2 de abril de 2024

Los Huesos Sagrados – Alberto Caturelli

 


Un comando argentino, al regresar de las Malvinas, dijo de sus camaradas muertos que allá quedaron: «sus cuerpos fueron lentamente fundiéndose con ese suelo criollo, a través de los mantos nevados, pero siempre supimos que estaban allí, como centinelas espirituales». Y es bueno que estén allí y allí se queden para siempre abonando la sagrada tierra patria a la cual un día volveremos…

 

El combatiente argentino que dijo que sus camaradas muertos allá quedaron «como centinelas espirituales», señaló algo profundo que es lo que nos ha hecho pensar. En el suelo criollo y bajo los mantos nevados, quedaron los huesos que se fundían con la tierra. Y los huesos, a la vez, simbolizan lo más recóndito y el último sostén de nuestra carne. Ellos son lo último en volverse polvo después que ha volado el espíritu. Esta suerte de ultimidad íntima de los huesos es lo que invoca el salmista cuando, castigado por Dios, le suplica porque «se han estremecido mis huesos, y está mi alma muy turbada» (Ps. 6,3). Porque son los huesos como la última resistencia de mi cuerpo, el meollo final; por eso, cuando Labán reconoció a Jacob, le dijo: «¡Ciertamente, hueso mío y carne mía eres!» (Gétt., 29,14). Los huesos de mis padres, de mis hermanos, de mis hijos, de mis hermanos argentinos son, pues, mis huesos, porque la fraternidad llega hasta el último reducto de mi intimidad. Y cuando esos huesos se funden con la tierra patria allí quedan como «centinelas espirituales».

Allí deben quedar para siempre. Huesos asumidos por el Verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros; huesos vivificados por el espíritu en el cual se encendía la luz de nuestro pensar originario. Sagrados huesos que nos esperan y a los que hemos de ser fieles. Allí deben quedar para siempre. Nos esperan en las Malvinas, en las islas australes y en el fondo del mar.


Revista Verbo


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sábado, 30 de marzo de 2024

Sermón de Pascuas de Resurrección - P Leonardo Castellani

 


“Surrexit Christus vere, alleluia”. “Cristo resucitó realmente, alegría”. Ésta es la consigna de la Iglesia hoy. También San Pablo dice: “Alegraos siempre en el Señor; de nuevo os digo: alegraos”. Mi filósofo predilecto, Soren Kirkegord, dice que la vida del cristiano tiene que ser sufrimiento; pero por otra parte continuamente él está confesando estados de gozo espiritual; quiere decir que la vida del buen cristiano transcurre en sufrimiento espiritual (“dichosos los que lloran”) y gozos espirituales (“alegraos en el Señor”) y en sufrimientos carnales llevados con paciencia y en gozos carnales recibidos con agradecimiento –aunque no superapreciados. Todos los goces limpios que tenemos en esta vida proceden en el fondo de la Pasión y Resurrección de Cristo.

Los sufrimientos terrenos, las penalidades carnales desta vida ¿pueden ser superados y co-mo aniquilados por la alegría de la Resurrección; de Cristo cumplida, de nosotros esperada? En los santos lo pudo; en mí apenas alcanza a superar las facturas del Estado que me llegan una cada semana con aumentos. Hay que pagarlas con gusto, pobre Estado argentino. Es de-cir, el Estado Argentino es hoy una porquería, pero hoy hay que amar incluso a los malos.

“Resucitó Cristo realmente hoy, alegría”. Buen día, alegría. Se puede con verdad decir “hoy”; el Viernes Santo no se podía con estricta verdad decir: “Hoy murió Cristo, alegría”. Pero “Christus resurgens ex mortuis iam non moritur”: Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, no muere más –dice San Pablo. En Europa la gente del pueblo limpia a fondo to-da la casa esta semana, y hacen fiestas y se mandan regalos. “¡Buone Feste!”. “¡Felices Pas-cuas!”. “Alegre como unas Pascuas” –dicen en España.

Ya he hablado dos o tres veces del milagro central que es la Resurrección de Cristo. “Esta generación mala y bastarda pide milagros; y no se le dará más milagros que... mi Resurrec-ción” (el milagro de Jonás Profeta) –les dijo Cristo, una vez que estaba enojado.

Es un hecho histórico: detrás dél existe la mayor suma de evidencia histórica que jamás ha existido; de manera que negarlo es como negar la existencia de Cristóbal Colón o la existencia de Sarmiento. ¿Cómo es que nadie ni por sueños niega eso, y muchos niegan la Resurrección de Cristo? Es que es también un hecho metahistórico, un hecho sobrenatural, un hecho de fe: no fuerza al intelecto, tiene que intervenir la libre voluntad, el Salto de la fe: es un misterio de la Fe. Ninguno estuvo más cerca de la evidencia histórica de la Resurrección que los Fariseos y Sacerdotes Jefes; y no creyeron en Cristo. Lo mismo que los incrédulos modernos, sus mentes no fueron forzadas por la evidencia; antes bien trataron de ocultarla y combatirla, como los incrédulos de hoy. Hay que ver los inventos disparatados que aducen para negar la Resurrección. Dan lástima; porque no sólo son inventos, es decir, basados en nada, sino que son absurdos.

El libro más insidioso contra la Resurrección de Cristo es The Fair Haven (El Puerto Feliz) del modernista Samuel Butler: está escrito con una perfidia elevada al cubo; pero su fondo, bastante bien oculto, es un absurdo. Ya he expuesto yo todo eso [en El Evangelio de Jesucristo, ob. cit., “Las Parábolas”, pp.394-404]

En vez de hacer más apologética, voy a contestar brevemente la preguntita que quedó en el aire el domingo pasado: si Cristo volviera a la tierra ¿lo matarían de nuevo? –Sí, lo mata-rían si pudieran, pero no de la misma manera.

Se me figura que primeramente lo cubrirían de ridículo. Dirían: “¿Dónde se ha visto que el Fundador del Cristianismo venga de nuevo a predicarnos el Cristianismo, a nosotros que somos todos cristianos? En realidad anda falsificando el cristianismo, esa religión tan suave, tan amable, tan benigna, tan consoladora, tan científica, tal como la expone Teilhard de Chardin. Viene a gritar ahora que hay que dejarlo todo, que hay que morir al mundo (¡morir, hágase Ud cargo!), que en algunos casos hay que odiar al padre y a la madre, que hay que abandonar mujer, hijos, amigos, posesiones y cátedras en algunos casos ¡y que no hay que ahorrar, como los pájaros del cielo! –¡lo cual es ir francamente contra el Gobierno, contra la Caja Nacional de Ahorro Postal! ¡Qué “numenómeno”! Puede ser que esas expresiones estén en los Evangelios, pero no son para practicarlas: son expresiones exageradas y poéticas (y algunas de bastante mal gusto, como esa de los “eunucos”) del poeta más grande que ha existido en el mundo; lo mismo que todo eso sobre el Demonio y el Infierno, sabemos all right gracias a Telar Chardón, que ésas son metáforas, metonimias e hipérboles... ¡No faltaba más! Está ha-ciendo un desbarajuste con la religión del Estado”.

Los diarios publicarían sesudos editoriales contra la “nueva” doctrina, sin nombrar al autor esosí; los sabihondos alocados escribirían libros, los libreros tendrían “Listas Negras” para no vender libros que la apoyaran; Tía Vicenta inventaría doce chistes a la semana a costa su-ya. También le harían interrogatorios como los Escribas y Fariseos: “Profesor, sabemos que Ud. es justo y veraz, y queremos que nos conteste por Radio a la pregunta más importante: Ud. ¿está con Rusia o con Estados Unidos?”. Y al contestar Cristo: “Yo no enseñé la preciosa propiedad privada, ni el Capitalismo, ni el quedantismo, ni el conservadurismo, ni el comunismo”, menearían entonces las cabezas y dirían: “¿Ve Ud? ¡Fuera de la realidad! Está loco”.

Al fin lo matarían, o a disgustos o de hambre o de tristeza o violentamente –puede darse también. ¿Y no podría Cristo irse a Santiago l’Estero, juntar doce Discípulos, entrenarlos tres años, darles el don de milagros y mandarlos otra vez a conquistar el mundo, como lo conquistaron una vez? Sí, eso está dentro del poder de Cristo; pero está escrito que no lo hará. Volverá al mundo; pero no ya en figura de siervo, sino en figura de Rey. “Christus resurgens ex mortuis iam non moritur”.

El P. Florentino Alcañiz, que es especialista en esto y anda escribiendo un libro sobre la “esjatología”, me escribió hace poco que su última conclusión es ésta: la aparición de Cristo en gloria y majestad y el derribo del Anticristo coinciden con lo que llama la Escritura “el Juicio Final”, entonces resucitan los Elegidos, o todos ellos o una parte: “ésta es la resurrección primera” –dice San Juan: luego hay dos. Después sigue un largo período de prosperidad guiada por los Resucitados “que se aparecerán a muchos”, como ya pasó en la resurrección de Cristo; el cual San Juan llama “el Reino de los Mil Años”. Después resucitarán todos los réprobos y atacarán a los mortales; y serán arrollados por fuego del cielo: y los mortales pasarán al cielo, o muriendo antes o sin morir. Dice Alcañiz que esta interpretación está fuera de las objeciones que de Roma han levantado contra el Milenismo; y es verdad. Tiene el inconveniente que estatuye en realidad dos juicios –así como dos Resurrecciones.

Esta interpretación literal del Apokalypsis se llama “milenismo” y ha sido la de casi todos los primitivos Padres de la Iglesia. Yo no soy milenista, tampoco soy antimilenista o “alegorista”. Si oyen decir que soy milenista (pues ha sido dicho, e incluso desde cátedras) respondan que es embuste; aunque no sería ningún crimen que yo lo fuese. Pero... Yo no me siento capaz de dirimir este problema difícil; y de lo que no sé, no suelo hablar –ni menos enseñar.

Para consuelo nuestro añadiré que al fin de la profecía de Daniel está indicado que entre la caída del Anticristo y el Juicio habrá 45 (o 55) días (o bien un corto período de X días) para que hagan penitencia los que sucumbieron a la tremenda tentación del Anticristo –si ellos quieren. De modo que si mayoría del mundo caerá en apostasía (como Cristo y San Pablo pre-dijeron) no quiere decir que todo el mundo se condena. Y eso es conforme a la piedad paterna de Dios; porque la tentación del Anticristo habrá sido tremenda.

De modo que la Resurrección de Cristo está conectada con su Vuelta, es decir, con la Uni-versal Resurrección: tres veces por lo menos en los Oficios de Pascua de Resurrección se hace alusión al Retorno de Cristo. Y San Pablo dice cada vez que comulguemos, recordemos el Re-torno de Cristo: “Quotiescumque enim manducabitis panem hunc et calicem bibetis, mortem Domini adnuntiabitis donec veniat” (Cada vez que comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciad la muerte del Señor hasta que venga: 1 Cor. 11, 26).

Ésta es la gran consolación y alegría del Cristiano. Incluso ante las terribles cosas del mundo moderno, el Cristiano impertérrito las entiende, y sabe serán superadas:

  

Si fractus illabatur orbis                 Si el mundo roto se derrumba,

Impavidum ferient ruinae               Sus ruinas lo herirán impávido.

 


Leonardo Castellani: “Domingueras Prédicas”. Jauja (Instituto Leonardo Castellani), Mendoza 1997, pp.117-121


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jueves, 28 de marzo de 2024

Sermón del Jueves Santo (1965) – P. Leonardo Castellani

 Promesa de la Eucaristía

Devoción al Santísimo Sacramento



El texto de mi sermón es muy largo para decirlo de memoria: voy a leer casi todo el cap. VI de San Juan, el Recitado-Promesa de la Eucaristía, dicho en la Sinagoga de Cafarnao después de la Primera Multipanificación. Como saben, los Galileos quisieron arrebatarlo y proclamarlo Rey, Cristo huyó a la Montaña, y a la noche vino caminando sobre las aguas en tormenta a la barca de Pedro que rumbeaba hacia Cafarnao; y allí lo encontraron las turbas que lo buscaban, al otro día, enseñando en la Sinagoga de Cafarnao; y le dijeron en tono de reproche:

 

-Maestro ¿cuándo viniste aquí?- queriendo decir en vez de "¿cuándo?" más bien "¿por qué?". Y allí comienza el sermón dialogado:

 

-En verdad os digo:

me andáis buscando

no ya precisamente por haber visto el milagro,

sino porque habéis comido del pan

y panza llena alaba a Dios.

Conseguid no la comida que perece,

mas la que permanece

hacia la vida eterna

que os dará el Hijo del Hombre.

Dicen ellos:

-¿Qué haremos para conseguir

las obras de Dios?

Dice Jesús:

-Esta es la obra de Dios:

que creáis en aquél

que Él envió.

Dicen ellos:

-¿Qué señal haces tú

para que te veamos y creamos?

Nuestros Padres en el desierto

comieron el maná -como está escrito:

Un pan del cielo les diste a comer...

Dice Jesús:

-De verdad os digo:

No Moisés dio a vosotros pan del cielo.

Mi Padre os da el genuino pan del cielo.

Este es el pan de Dios:

Aquel que descendió del cielo

y da la vida al mundo.

Dicen ellos:

-Seiior, danos tú siempre dése pan.

Dice Jesús:

-Yo soy el pan de vida.

Aquel que venga a mí no tendrá hambre,

y aquel que crea en mí no habrá más sed.

Y a os lo he dicho, y vosotros

me veis y no creéis.

Los que mi Padre a mí me da, a mí vienen,

y aquel que viene a mí, no lo echo afuera.

Pues descendí del cielo

no para hacer mi voluntad

sino la voluntad del que me manda.

Y ésta es la voluntad del que me manda,

Mí Padre,

que todo el que Él me dio, yo no lo pierda,

pero lo resucite

en el último día.

Esta es la voluntad

del Padre que me manda:

que todo el que ve al Hijo,

todo quien crea en Él,

tenga la vida eterna,

y yo lo he de resucitar

en el último día.

 

Pero murmuraban de Él los judíos porque había dicho: Yo soy el pan viviente que descendió del cielo; diciendo: "¿No es este el Jesús, el hijo de José, del cual conocemos el padre y la madre?¿Cómo diablos dice éste: Yo descendí del cielo?"

 

Respondió Jesús y dijo:

-No murmuréis entre vosotros.

Ninguno puede a mí venir

sí el Padre, el que manda, no lo trae

y yo lo he de resucitar

en el último día.

En los Profetas está escrito:

serán todos docibles [1] para Dios.

Todo aquel que es docible a Dios y aprende,

viene a mí.

No que ninguno pueda ver al Padre

sino a aquel que de Dios vino,

ése ve al Padre.

De verdad, yo os digo:

quien cree en mí, tiene la vida eterna.

 

Hasta aquí Cristo habla de la fe y sólo indirectamente si acaso del Sacramento de la Fe: "YO soy el pan vivo que desciende el cielo". Primero hay que comer a Cristo en la fe, después en el Sacramento; y si no se come primero en la fe, de nada sirve comerlo en el Sacramento -dice San Agustín. Pero desde aquí, comienza Cristo a hablar del Sacramento:

 

-Yo soy el pan de vida.

Vuestros padres en el desierto

comieron el maná, pero murieron.

Este es el pan del cielo descendido

para si alguien lo come,

ése no muera.

Y o soy el pan viviente

que desciende del cielo.

Si alguien deste pan comiere

vivirá eternamente,

y el pan que yo daré es mi carne

para la vida del mundo.

 

Discutían entr'ellos los judíos diciéndose uno al otro:

 

-¿Cómo puede éste darnos

su carne de comer?

Dice Jesús:

-Verdad, verdad os digo:

Si no comiereis la carne

del Hijo del Hombre

no tendréis vida en vosotros.

El que come mi carne

y bebe mi sangre

tiene vida eterna.

Mi carne es realmente comida,

Mi sangre es realmente bebida.

El que come mi carne

y bebe mi sangre,

en mí queda y yo en él.

Como vivo mi Padre me mandó,

y yo vivo por mi Padre,

así aquel que me come

él también vive por mí.

Este es el pan del cielo descendido,

no como comieron vuestros padres

el maná en el desierto

y después murieron.

El que come este pan

vivirá eternamente.

 

He traducido fielmente. Si la traducción cayó en ritmo, es porque el texto también está en ritmo. Sigue después el escándalo de muchos que recalcitran; guiados por Judas -según parece por el texto. Jesús explica que esa comida será celestial, sobrenatural; nombrando como prueba su futura Ascensión a los cielos:

 

-El espíritu es el que vivifica,

la carne de nada aprovecha.

Las palabras que os he dicho

de espíritu y vida son...

-¿A dónde iríamos si te dejáramos?

Tú tienes palabras de vida eterna,

 

-corta San Pedro la discusión:

 

-Nosotros hemos creído y conocido

que tú eres el Mesías Hijo de Dios;

-reconociéndolo como Mesías y más que Mesías.

 

Esta es la promesa que suscitó en la Iglesia la más grande de las devociones. Como ven, Cristo habla del Sacramento no como una cosa de lujo sino como una cosa de necesidad: la vida eterna, la resurrección, y "yo estaré en él y él en mí": un contacto vital entre Dios y el hombre por medio de la carne: un contacto con la fuente de toda vida: todo lo demás que pueda producir la Comunión, gozo, consuelo, paz, es secundario.

 

Los cristianos perseguidos grababan en las catacumbas figuras de cestos de pan. Desde el siglo quinto comienzan a alzarse en Europa altares al Sacramento del altar: templos cada vez más imponentes y hermosos hasta culminar en las insuperables catedrales del siglo XIII y las iglesias renacentistas del siglo XVI: montañas de piedra que no parecen obras de hombre, superiores al mortal, que a veces demandaron un siglo para edificarse, y a veces quedaron sin terminar -como Amiens, Chartres, Colonio, Beauvais, Narbona y muchas otras; interrumpidas por el terrible flagelo del siglo XIV que se llamó "la Muerte Negra"- catedrales que aún permanecen sembradas a centenares por toda Europa, vacías de fieles, monumentos para turistas, para asombro de generaciones descreídas. No en España: Santiago de Compostela, Burgos y Sevilla funcionan; y allí en España nació una catedral más valiosa, un monumento intelectual, los Autos Sacramentales, dramas alegóricos en honor de la Eucaristía; el talento y el don artístico puestos al servicio del Sacramento y de la instrucción religiosa del pueblo.

 

Todo eso pasó, es de otra época, es de la época de la Cristiandad europea. No hacemos ya catedrales sobrehumanas y autos sacramentales; si acaso hoy se producen autos antisacramentales, como esas películas hórridas dese sueco Bergmann. Alguien ha dicho que las catedrales de la Argentina son los cines; el Gran Rex, por ejemplo; yo diría más bien que son los Bancos. Las catedrales góticas las hicieron los Gremios; es decir, los obreros; ahora si nos descuidamos los obreros van a quemar las catedrales que quedan.

 

Leyendo los grandes tratados que escribieron en el siglo XVI los grandes doctores y poetas Luis de León, Luis de Granada Santa Teresa, San Juan de la Cruz, hoy día nos dejan fríos: a mí por lo menos: estos días los he releído. Recuerdo que cuando tomé la Primera Comunión, me habían dicho que tendría un gran gozo y que sería el día más grande de mi vida; y por la tarde yo le dije a mi madre resueltamente: "No ha sido el día más grande de mi vida". Ahora consagro y distribuyo el pan consagrado como si fuese cafiaspirina: con respeto por supuesto solamente algunas veces hay como un relámpago de asombro y de temor al pensar que tengo en mis manos a Dios en carne y hueso, no tal como Dios está en todas partes, sino en carne y hueso, como está misteriosamente en el Sacramento.

 

Todas esas cosas como "el río de deleites", "un gozo sobre todos los gozos", "el pan vivo de la paz y del consuelo", "el vino embriagador que engendra vírgenes", que hallarán en Fray Luis de León, y en el Psalmo 35, que él cita: "Serán, Señor, vuestros siervos embriagados con la plétora de los bienes de vuestras mansiones; daréisles a beber del arroyo impetuoso de vuestros deleites" ¡ay de mí! yo no los siento, quizás por mis pecados; y lo que es peor, creo que, fuera de las novicias de la Virgen Niña o las Adoratrices, pocos lo sienten ya -o ninguno.

 

He comido tu Pan,

He bebido tu Vino;

En un día de afán

Sin guía y sin camino.

Tu Pan era tan fofo

Como el pan ordinario,

Tu Vino era tan soso

Como el vino diario.

 

Tan es así, que hoy día muchas personas no sienten ninguna emoción en la Comunión -y en las demás ceremonias que la rodean- sino más bien fastidio; y por eso dejan las prácticas religiosas. Una señora literata me decía: "Yo no practico la religión porque las prácticas me aburren; y tengo miedo de arrutinarme, como tantas personas que veo que comulgan cada día y han perdido la humanidad, los sentimientos humanos". No sé si es verdad esto; pero en todo caso no es razón para dejar la práctica religiosa. Es cuestión de necesidad, no de gusto.

 

En vez de sentir lo que dicen los himnos de Fray Luis de León o Paul Claudel al Santísimo Sacramento, yo siento más bien lo que dijo el poeta Max Jakob al poeta Jean Cocteau: Max Jakob era un judío convertido, sólidamente convertido; y Jean Cocteau, un cristiano que se estaba convirtiendo no sólidamente, pues después se desconvirtió. Cocteau le escribió a Max Jakob: "Pero Ud. me manda ir a tomar la hostia, como quien toma una cafiaspirina". -Es que hay que tomar la hostia como quien toma una cafiaspirina- le contestó el judío. Es decir, no como quien toma una copa de champán sino como un remedio. Es decir, hemos retornado al principio: la Eucaristía-necesidad, no la Eucaristía-lujo. No digo que los devotos del siglo XVI sean reprochables sino más bien envidiables; pero... he ahí. No es ya el siglo XVI.

 

Es como en el siglo I, cuando los fieles comían el pan consagrado al fin de una cena, para "dar testimonio de Cristo hasta que Él vuelva", dice San Pablo; es decir para poder afrontar el martirio, como los anestésicos que le dan a uno antes de una operación. Pues bien, los fieles estamos hoy en el mundo en situación parecida: los verdaderos católicos son una minoría, rodeada de una mayoría de infieles; o sea, indiferentes, herejes o apóstatas. Pero hay una gran diferencia con la primitiva Iglesia; y ella es la zona media entre el buen católico y el hereje; a saber, los que son católicos y no son católicos, los católicos enfriados o adulterados; o como dijo uno "mistongos'': aquellos cuya religión se "naturaliza", es decir, se vacía de lo sobrenatural y se vuelve una especie de mitología; aquellos que chapurrean la religión pero no la realizan; y aquellos en fin que, sabiendo o no sabiendo, se encaminan a la peor herejía que existe, la adoración del Hombre; bajo palabras o imágenes cristianas. El Domingo pasado por ejemplo leí en "La Prensa" una poesía sobre el Padre Nuestro, que el poeta Capdevila sin duda cree es muy cristiana, y los de "La Prensa" creen es muy moderna -y es modernista: el poeta Capdevila niega la justicia de Dios y pondera su amabilidad; niega que éste es un valle de lágrimas; dice que Dios quiere que la Humanidad triunfe; y el pan nuestro sobresustancial de cada día es para él el pan con manteca y los bifes de chorizo -y el tabaco.

 

La Eucaristía es más que nada una necesidad. Nuestra época más que nada necesita remedios. Por radio, revistas, diarios y video escuchamos las más extraordinarias ilusiones acerca de la nueva época, que llaman la época "atómica": la prosperidad, el progreso, las perspectivas divinas desta época atómica: no más lejos de anteayer oí una conferencia de una destas bachilleras que radiolocutean, toda impregnada de la más necia adoración de la Ciencia, o sea, la adoración o idolatría del Hombre con mayúscula, que será la doctrina del Anticristo: otros adoran la Literatura, la Pintura, Winston Churchill o el Mahatma Gandhi: es todo lo mismo. Me recuerdo lo que dice el Apokalypsis, y justamente a Laodicea, la última Iglesia, "Juicio de los Pueblos":

 

"Tú dices: rico soy y opulento

y nada me falta.

Y no sabes que eres pobre,

indigente y enfermo

y ciego y desnudo".

 

En nuestra época atómica, el error religioso y todos los errores tienen la máxima libertad, recursos y auge, de tal modo que parecen invencibles; y la Ciencia ha inventado, ha fabricado y fabrica, los más espantosos instrumentos de destrucción, capaces de despoblar toda la tierra; he ahí, ésa es la opulencia y la prosperidad; corno una tercera parte de la población del mundo padece hambre o desnutrición; unas pestes tremendas, la sífilis, y ainda más el cáncer y las neurastenias (que según algunos biólogos dependen de la sífilis) se han vuelto endémicas; dos guerras casi universales han traído "las guerras y rumores de guerra", que dijo Cristo, al frente del escenario. Y siga Ud. contando. Prosigue el Apokalypsis:

 

"Yo te persuado compres de mí oro encendido,

oro probado para que te hagas rico

y te revistas de vestidos blancos

que no aparezca tu desnudez vergonzosa,

y colirio para ungir tus ojos

para que veas".

 

Oro, vestidos blancos, remedios, que son las imágenes continuas de los escritores sacros acerca de la Eucaristía.

 

"Estoy a la puerta y llamo.

Si alguien me oye y me abre

pasaré la puerta y comeré con él

y él conmigo".

 

Esta comida con Cristo se ha vuelto tan necesaria como el alimento corporal: no por nada Cristo creó este contacto vital en forma de alimento: en el centro de todos los Sacramentos. Los teólogos dicen que por y para la Eucaristía son todos los Sacramentos, y eso es obvio: el Bautismo y la Confirmación son para abrir las puertas, y también la Confesión; la Extremaunción es para suplirla y el Orden para crear sus ministros. ¿Y el Matrimonio? Los catecismos dicen que el fin del Matrimonio son los hijos; o sea producir nuevos comulgantes, Primerocomulgantes. Eso está muy traído de los cabellos. El Doctor de la Iglesia San Roberto Belarmino dice simplemente que la Eucaristía y el Matrimonio son semejantes; porque son la unión de dos personas, en la cual la gracia no es impartida por medio de una cosa, sino personalmente por el autor de la Gracia; y lo mismo dicen los Santos Padres, que Luis de León enumera en su libro en el Capítulo "Esposo"; y en fin, el mismo San Pablo dice que el Sacramento del Matrimonio es una figura de la unión de Cristo con la Iglesia; y por ende, con cada una de las almas fieles; de modo que es una cosa revelada.

 

Esta es la alabanza fundamental de la Eucaristía: produzca o no produzca deleite, es secundario. Es una unión íntima de dos personas, no de dos espíritus, como podría ser una conversación, sino también de dos cuerpos; lo cual, esosí, produce frutos espirituales. ¿Qué frutos? "Obras", dice Santa Teresa, "obras: esa unión debe producir hijos, que son obras buenas". Cristo ordenó esa unión en forma de alimento, que es la unión más íntima que existe, ya que el alimento entra a hacerse el cuerpo mismo del que lo tomó; pero "no creáis que yo me convertiré en ellos, ellos se convertirán en mí" -dice Cristo en una desas palabras suyas que nos han quedado fuera de los Evangelios, llamadas "loguia" (de las cuales muchas son dudosas y siete son auténticas). Parece un rasgo de la humildad y sencillez de Cristo haber tomado para vehículo de su Cuerpo y Sangre los más comunes de los alimentos, pan y vino. ¿Y por qué no pan y agua? Porque pan y agua son comida de presos, y pan y vino son comida de pobres.

 

La Eucaristía y el Matrimonio son semejantes, dice Belarmino. Son una unión de amor, que produce amor y es producida por el amor. Produce los efectos del Matrimonio (de los buenos matrimonios), hijos, que son obras; remedio de la concupiscencia, y amor mutuo o amistad conyugal, la amistad más fuerte que existe, según Aristóteles.

 

Esos deleites y delicadezas de Fray Luis de León y Fray Luis de Granada, ellos los sentían, nosotros no: yo dudo que los sintiera Luis de León, porque raciocina demasiado: la experiencia viva no es tan raciocinadora: Santa Teresa no raciocina. Pero como Cristo no habla de “deleites" sino de “resurrección", bien podemos decir que todo el "Cantar de los Cantares" está allí en la Eucaristía con efecto retardado hasta la Resurrección. La Comunión con Cristo es en nuestras almas el foquito escondido de la Resurrección de la carne, que algún día ha de inflamarse en una gran hoguera. Que procuremos encenderlo un poco en cada Comunión, bien está; pero si no nos resulta, no es eso lo esencial. Lo esencial es la cafiaspirina: el remedio de la concupiscencia (que significa no sólo la sensualidad sino todas las pasiones desordenadas) bien puede ser que sea EN CIERTO MODO el primer fin del matrimonio; aunque se suele enumerar en segundo lugar: el remedio de las pasiones morbosas, una amistad serena -y los hijos de las buenas obras.

 

Quisiera terminar con una oración al Santísimo Sacramento. La oración con que termina Fray Luis de León no me sirve; la mía tiene que ser mucho más humilde y sencilla. Por ejemplo:

 

Señor Jesús, he pasado la vida recibiéndote

Y he llegado a la vejez ofendiéndote.

Pasé la vida preparándome a comulgar

Y patinando en el mismo lugar.

No he contado las misas, no he sumado las comuniones,

Como hacen algunos de miedo a los ladrones.

Tampoco sé cuántas veces comí pan o vino,

Nunca me faltó y me mantuvo en el camino.

Y supongo que así

Igual, espiritualmente, Tú a mí,

 

No es de creer me haya de condenar.

Tu Cuerpo entre mis dientes ¿quién me lo podrá quitar?

 

He comido tu Pan,

He bebido tu Vino,

En un día de afán

Sin guía y sin camino.

Tu Pan era tan fofo

Como el pan ordinario,

Tu Vino era tan soso

Como el vino diario.

Con respeto y temor

Te consagro y recibo.

Vives en mí, Señor,

En Tí espero estar vivo.

 


[1] Bien dispuestos a recibir una enseñanza, en este caso, la Revelación.


P. Leonardo Castellani – “Domingueras Prédicas. Ed. Jauja. Págs. 104-116.


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